El cuaderno de las fantasías

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por Reynaldo R. Alegría

Cuando su terapista le pidió que anotara en un cuaderno sus sueños y sus fantasías, la idea le pareció una mariconez.  Revelar los sueños en la terapia –y hasta escribirlos– era bastante cómodo, después de todo había algo ajeno a la voluntad y a la experiencia personal que siempre podía explicar un sueño.  El subconsciente podía revelar ideas e imágenes sobre otros, cosas que había visto o escuchado en otros, pero con las fantasías la historia era otra.  Las fantasías reveladas, ya eran asunto serio pues implicaban un desdoblamiento del interior, una  revelación íntima de las ganas, tan íntima como ir acompañado al supermercado y descubrir frente al otro los gustos, las marcas, los sabores, las texturas apreciadas.

Según el doctor Fuentes el propósito era sencillo, quería que Romualdo lograra distinguir lo real de lo imaginario, lo fantasioso de lo verdaderamente deseado.  Que supiera que como fantasía, los encuentros furtivos en su mente eran viables, pero en la realidad eran una locura cargada de riesgo, peligro y estupidez.  Su psiquiatra argumentaba que, según Freud, no hay manera de subsistir con la escasa satisfacción que produce la realidad y por eso se recurre a la fantasía.  Sin embargo, Romualdo rebatía proponiendo que era un desperdicio de inteligencia reducir las fantasías al deseo y no imaginarlas como emociones y hasta como nuevas formas de interrelación y comunicación.

—Hagamos un trato —dijo Romualdo— compraré el cuaderno, pero no narraré mis fantasías, le escribiré una carta.

—Trato hecho.

Hacía tiempo que Romualdo había superado la batalla tonta con su antepenúltima amante, pero ocasionalmente el pensamiento sobre ella lo atacaba imprevisto.  Más bien lo acechaba.  Sabía que a ella le gustaba la noche, le encantaba la noche, y ya se acercaba el 21 de diciembre de 2014, la fecha en que se vivía el día más corto del año, y en consecuencia la noche más larga.

Querida Paula:

El 21 de diciembre de 2014 a las 5:54 de la tarde, junto cuando caiga el sol, te presentarás a la puerta de la casa y tocarás tres veces.  Debes observar cuidadosamente las instrucciones que te daré.

Solamente traerás puesto un vestido blanco y unos tacones.  Nada más.  El vestido deberá ser corto, muy corto, extraordinariamente corto.  Será de telas de algodón suaves y no deberá quedarte ceñido al cuerpo, sino relajado.  Debes tener los hombros y los brazos descubiertos.  Las uñas de las manos y los pies deberán estar pulidas, limpias y pintadas de un color pastel azul claro.  Y tacones, deberás traer grandes y altos tacones.

Romualdo interrumpió su escritura e imaginó sin escribir que ella tocaría a la puerta –que estaría sin el pasador que la asegura puesto– y sentado a la silla principal del comedor le ordenaría quitarse el vestido y caminar desnuda por la sala, solamente con los tacos puestos.

No debes traer más nada, ni cartera, ni teléfono, solamente una pieza de ropa y unos zapatos.

El hombre pensó que no se acercaría a ella hasta estar convencido de que hubiese cumplido sus instrucciones.

El pelo lo traerás suelto y pulido, sin hebillas o amarres.  Sin aretes, anillos, reloj o sortija.

Pensó que le haría el amor sobre la mesa de comedor.

Cuando estés adentro de la casa serás obediente y solamente harás lo que te diga.

Imaginó un gozo amplio y extraordinario; incontenible.

A las 6:50 de la mañana del lunes, 22 de diciembre de 2014, justo antes de que salga el sol, saldrás por la puerta.

Decidió verla siempre durante la noche del solsticio de invierno.

—Creo que es un gran ejercicio, Romualdo, te garantizo que ese fantasma nunca más te perseguirá.

 

Foto: Fantôme de bordures-good – 1999 por Emykat.